Cuando decimos que alguien se va a someter al tercer grado, nos referimos a que seguramente vaya a sufrir un duro interrogatorio, con todo tipo de presiones físicas y/o mentales. A la persona interrogada se le puede infligir dolor y tortura física y psicológica, con el objetivo de que confiese algo. No hay que confundirlo con el tercer grado de semilibertad que puede alcanzar un preso en cierta condiciones preferentes. Esto le otorga ciertos privilegios con respecto al resto de reos, lo que no tiene nada que ver con lo que queremos hablar aquí.
Origen masónico
A lo que vamos: hay diversas teorías sobre el origen de esta expresión, aplicada a los interrogatorios. Aunque la que parece más acertada tiene que ver nada más y nada menos con la Masonería, esa institución con multitud de secretos, y que tiene cientos de años de historia. No vamos a detallar hoy en qué consiste esta organización (lo dejaremos para otro momento), pero sí apuntaremos un dato: dentro de ella, los iniciados están clasificados por rangos o grados. Todos comienzan en el grado uno, y pueden ir tomando importancia dentro de la organización, pasando por diferentes ritos y pruebas.
El rito que permite al compañero de grado dos, ascender a grado tres y convertirse en maestro masón, es uno de los más misteriosos. De lo poco que se sabe, sabemos que el aspirante debe enfrentarse a la muerte y ser sometido a una dura sesión de preguntas. Para ello, debe haberse preparado tiempo antes con mucho estudio y dedicación. Si supera la prueba, entonces adquiere el grado de maestro, adentrándose más en los secretos de esta misteriosa organización.
Con el tiempo, la expresión «someter al tercer grado» se aplicaría a cualquier interrogatorio que utilizara duras técnicas, incluso rozando lo ilegal, para conseguir información de una persona.